martes, 8 de noviembre de 2011

Oscuridad (Primer tramo)

Oscuridad.
Aturdido, abro los ojos. Siento la cabeza algo rígida, como si no pudiera mover el cuello; me mareo y con el mareo me viene un vértigo de angustia. Sacudo la cabeza y mi cuello responde con un crujido que resuena en mi cerebro, doy unos pasos inestables y entonces le presto atención un poco a todo lo que me rodea.
Está atardeciendo.
Me reconozco en la plaza San martín, la parte más alejada, tengo la estatua a mis espaldas, los árboles parecen muertos hace tiempo y el silencio es total, el viento irrumpe en mis oídos ululando como primer sonido; los edificios que me rodean están en ruinas, las ventanas son cuadrados negros como los ojos de una calavera, algunos todavía tienen vidrios rotos que parecen colmillos; una cortina vieja flamea fantasmal, lo que me rodea no es más que un ciudad abandonada.
Está anocheciendo, hace mucho frío y está comenzando a nevar; los copos flotan en el aire, una brisa hace que me peguen en la cara y entrecierro los ojos.
Sin embargo, el reloj de los ingleses con el atardecer naranja y violáceo de fondo, es una imagen maravillosa. Me invaden una incierta sensación de desasosiego que se entrecruza con la calma plomiza de vacío y de tristeza. Me pregunto si no estaré soñando.
El frío en la cara me trae otra vez y tomo conciencia de que no sé qué pasa. Tengo el cuerpo en tensión y en la mano tengo apretada una nota que parece haber sido arrancada de un cuaderno con espiral hace un segundos. La leo, reconozco mi letra y ni siquiera sé quien soy:
“No tenemos mucho tiempo. Estás en el futuro, el viaje deja secuelas, la memoria volverá paulatinamente.
Reconocé el ambiente, tené en cuenta si notas algún cambio climático fuerte, CUIDADO CON LA FAUNA LOCAL, buscá un refugio alto para pasar la noche. Para calentarte están los fósforos que tenés en el bolsillo derecho de la campera, también llevás en la cintura un cuchillo con hoja de cerámica. Dirigite al instituto Inti. en Venezuela y Paseo Colon, corré.”.
A lo lejos escucho un rugido terrible, instintivamente comienzo a trotar, subiendo por una calle, el chirrido de metal contra metal, me llama la atención, levanto la vista y reconozco la fuente, hay un antiguo cartel, colgando de una sola bisagra, parece todo el tiempo apunto de caerse, leo, no sin esfuerzo, la chapa esta corroída, despintada, apenas sostenida por un caño retorcido que parece haber sido doblado por un gigante, algo me resulta familiar, unas letras raspadas dicen: “Santa Fe”. Se me acomoda un nuevo horizonte en esta nueva realidad, es como si mi memoria comenzara a funcionar de a poco, inflándose, regenerándose, uniendo estímulos conocidos.
Al llegar a la avenida nueve de julio tengo la certeza de cómo se llama, de haberla visto transitada. Iluminada por los últimos rayos del sol de este extraño invierno, se me arma una foto post apocalíptica que debo haber visto mil veces en películas, todo parece un set de filmación, casi falso. Está todo destruido, es “la tierra sin humanos, 20 años después”.
A mi cerebro comienza a llegar información que ahora me abruma; la oscuridad es emocional e interna, no encuentro razones para preguntarme cuál es mi nombre. ¿Por qué no me pregunto? ¿Qué estoy haciendo acá?
A lo lejos, el alto prisma amarillento refleja los últimos (literalmente hablando) rayos de sol; chorreado en medio de la avenida me llama, como si fuese la aguja de una brújula, se mantiene estoico. Lo tomo como punto de referencia, y troto.

Tengo un ritmo lento pero firme, con técnica, el cuerpo recuerda. En mi cabeza caen imágenes como fichas que me envuelven, me toman y me abstraen, porque ahora estoy precalentando; en grupo, nos pasamos la pelota de mano en mano, hace frío, hay un montón de camisetas de colores, carcajadas, alguien me agarra de la camiseta le tiro un codazo y nos reímos, adelante hay un gordito que corre haciéndose el maricón, ahora todos nos volvemos a reír al unísono y cuando nos detenemos, un manto de vapor que sale de nuestros cuerpos nos envuelve, ese vapor se hace denso, tanto hasta que no puedo ver nada, entonces sigo trotando, lo atravieso y después de eso estoy de nuevo en la calle; el ruido que hago al trotar rebota en el silencio inactivo y sepulcral de los escombros. Es extraño lo que acaba de pasarme, extraño pero no inquietante, ¿natural?, estuve unos segundos en otro lado, en otra realidad.
Las ideas se me están acomodando de a poco. ¿Vapor, o humo?, es humo, lo huelo, pero no veo señales del fuego.
La noche ahora es total, limpia y clara, con una gran luna llena. Estoy seguro de haber elegido yo mismo la fase lunar, como un iluminador natural, siento un cosquilleo de adrenalina que me pone feliz
A mí alrededor todo esta oscuro; es amenazante.
Parado solo en la mitad de esta olímpica avenida me pregunto si no estaré siendo observado en este momento. Sé que algo no anda bien.
Un rugido brutal me corre de mis pensamientos, recuerdo mi propia recomendación; parado, recorro en forma ascendente con la mirada el obelisco, vuelvo a la base, la puerta está cerrada, pero en muy mal estado, la rompo y entro; espero que sea lo suficientemente alto, son 206 seis escalones, a mano y pierna.
Cerrando la puerta que tiene en el suelo, este altillo me permite improvisar un refugio. Por la ventana al oeste, donde bajó el sol hace unos instantes, se dibuja el perfil de una ciudad empenumbrada y pétrea que me fascina y calma.
Busco leña de unos árboles viejísimos; en la noche franca la temperatura es glacial.
Con mi propio fuego, las posibilidades de sobrevida aumentan, al resguardo del frío y las alimañas.
A la luz del fuego presto atención a mis botas, son buenas botas; también chequeo el resto del equipo, palpo en mi cadera izquierda; tomo el mango y saco el cuchillo; haciendo un movimiento circular frente a mis ojo, el “kukri”, es una herramienta exquisita, me sorprende lo equilibrado que es, a pesar de que es un arma de mediano tamaño y hoja gruesa, es liviano; el mango negro de vaquelita hace un juego de ying yang con la tradicional hoja del cuchillo, con la diferencia no menor de esta es de cerámica, blanca como la leche mas pura, no hay una sola gota de metal en este artefacto.
Mi estomago hace un rugido casi tan fuerte como el que oí hace un rato, me pregunto ¿qué clase de animal será?.
Tengo un hambre artero, y me maldigo por no haber puesto algo de comer en mis bolsillos; me ilumino y frenéticamente busco en la cara interna de la campera, en un pequeño pliegue que se abre con un cierre de plástico. Al meter la mano toco dos porciones de algo del tamaño de una barra de cereal pero mucho mas sólido, envuelto en papel manteca; es carne, procesada, el sabor es delicioso, salado, siento como la energía me vuelve, es hipercalórico, siento que me ayuda a pensar con mas claridad. Al guardar la segunda ración, distingo al tacto dentro del bolsillo el crujir de una foto.
Instantáneamente después de focalizar, las imágenes comienzan a chocar adentro de mi mente, con mis ojos aún abiertos.
Antes de apagar la luz la beso, duerme, hace un simpático ronquido, tiene los pocos pelos que le quedan despeinados, parece un pichón desplumado, igual es hermosa, tiene los ojos de la mama.
Me despierto sobresaltado; está amaneciendo, los primeros rayos de sol ya modifican la temperatura, desde la ventanita en la punta del obelisco que da al río contemplo una mañana clara y fría.
Está todo nevado y en ruinas.
Desde la ventana opuesta, la esquina de calle corrientes tiene un enorme cartel de Cocacola caído en forma de abanico, que llega hasta la calle, no parece haber presencia humana, por lo menos actual.
Parados sobre la parte más alta de los techos y en las viejas antenas en desuso, como crucificados, abren las alas al sol para calentarse una veintena pájaros, son grandes como del tamaño de un cóndor, hablan entre sí con unos chirridos inmundos, creo que ese fue el ruido que me despertó.
Con total naturalidad entra en mi campo visual un oso polar que llega caminando por 9 de Julio, es como el del zoológico, gigante, pero suelto, se detiene, se para en dos patas, parece olisquear algo en el aire, ruge fuerte, y cruza al trotecito hacia Diagonal Norte. Me doy cuenta que tengo la boca abierta del asombro, por que el frío me llega hasta los pulmones.

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