sábado, 10 de marzo de 2012

Precuela o pasado.

El pasado

Cuando los análisis empezaron a dar mal, fue como un mazazo. En el principio los diagnósticos eran reservados, se recetaba una dura dosis de quimio; suponían que era cáncer. Era peor. En casi todos los casos la receta no hacía más que debilitar al paciente, no duraban más de unos dos años. Surgieron casos en todo el mundo, decían que avanzaba muy rápido. En la jerga científica se le llama “germinando” cuando un proyecto ya demostró que es efectivo pero se está desarrollando. En ese estado estaba la cura de esta rara enfermedad, que era tan nueva y mutaba tan rápido que había que encontrar la cepa madre, algo complejo en otro tiempo, pero en estos solo tiempo de cálculos. “Tenemos para dos años, mínimo” me dijo un colega que trabajaba para el laboratorio más avanzado. Él estaba contento porque ya habían vendido la patente a algunos países que tenían pensado hacer su negocio con países más chicos, administrando las dosis y especulando con negocios inmobiliarios.

Micol estaba en el pasillo del hospital, sentada en un banco con Dominique. Me miraban desde un par de metros mientras yo hablaba con los doctores. Tuve que concentrarme para no atravesar mi cara con lo que sentía. Dominique no necesitó preguntarme nada. Micol insistía en seguir su vida normal, después del verano de quimio no le quedaba ni un pelo. Mi pasatiempo preferido era verla dormir, sentía que tenía que aprovechar todo el tiempo que pudiera con ella, todo era un regalo. Micol era huérfana de nacimiento, y yo era viudo, los dos al unísono habíamos recibido un duro golpe juntos. Se llevaba bien con Dominique, mi mujer, eran bastante amigas. Por las noches “D” me buscaba en la puerta de su dormitorio mientras la observaba, para llevarme a la cama como un chico que no quiere acostarse.
El primer día de clase Micol estaba totalmente lampiña, parecía un pollo mojado. No había querido ir a la pileta ni salir mucho de la casa durante las vacaciones del colegio, así que su común tono de piel pálido era profundo. Solo se comunicaba con sus compañeras de curso vía video conferencia. Excepcionalmente, el primer día de clase, me pidió entrar directamente al aula, para evitar las miradas indiscretas de sus compañeros. Subimos los dos pisos por la escalera, me pesaban las piernas. Cuando llegamos la puerta del aula estaba cerrada, estaban tomando asistencia. Nos quedamos unos segundos en silencio, antes de golpear; le puse la mano en el hombro, ella respiró, miró fijamente hacia delante y empujó la pesada puerta. Todos sus compañeros estaban rapados a cero. Micol se detuvo un instante, sonrío, se dirigió a su banco y comenzó a sacar los libros. Yo estaba parado atónito, necesité su orden para irme en silencio por esos pasillos gigantes y vacíos. Me fui directo al edificio del Inti a ver a Dominique, hacía un calor terrible, cuando entré en el edificio vidriado el aire acondicionado pegó a mi espalda la camisa transpirada, los mármoles daban una aspecto de morgue futurista todo era minimalista. Subí por la escalera. Nos sentamos en un sillón en su oficina y le conté mi plan de viajar al futuro a buscar la fórmula y volver. También le dije que necesitaba su ayuda desde el presente. El sacrificio de vivir la vida separados lo afrontaría ella, yo solo saltaría en el tiempo. Esa noche dormimos juntos, nos despedimos muchas veces, después me quedé un buen rato mirando a mi hija. Decidimos no decirle nada, si todo salía bien, en tres días a más tardar estaría de vuelta. De otro modo, ya estaba condenada.

La burocracia estatal me permitía presentar mis informes semestralmente, con lo cual, en esos seis meses, avanzaba mucho sin trabas. Mi proyecto del CONICET para la teletransportación de materia era un éxito, ya habíamos logrado trasladar vida en el tiempo. Para un posible viaje humano se tramaron protocolos muy complejos, por miedo a modificar el pasado y al unísono modificar el presente, una mutación temporal que nadie podría manejar realmente, incluso se tenía muy en cuenta los materiales que viajaban: la ropa estaba hecha de una fibra que se dilataba con el calor y se contraía con el frío, lo cual hacía adaptar a la prenda con la temperatura ambiente; lo mismo las botas, medias, ropa interior, pantalón, camiseta, pulóver y campera. El equipaje era liviano, simple: comida para dos días, fuego, arma, y una carpetita con datos y fotos plastificadas para refrescarse la memoria en caso de una posible amnesia el viaje. Nada nos preguntamos sobre el futuro.
Los experimentos con ratas entrenadas daban resultados parcialmente positivos. La rata Bonny estaba entrenada para recoger una pequeña piedra y guardarla en un pequeño bolso que colgaba de su arnés, luego se volvía a subir ala cápsula y como recompensa recibía comida; su otro hit era la velocidad con que resolvía complejos laberintos y la capacidad de retenerlos, e identificarlos en repetición, lo recorría sin errores, directo ha la comida, mantecol. Pero cuando viajaba algo sucedía, abríamos la trampa y encontrábamos una simple y común rata blanca, de ojos rojos saltones y orejas color rosa, que olisqueaba y roía probando todo por primera vez, mordía lo que se le acercaba, incluso dedos, era extremadamente curiosa, investigaba todo y nos miraba estresada. Con el tiempo recuperaba la memoria y volvía a ser el mismo animal inteligente.
Nunca logró traer una piedra, solo pudimos analizar pequeñas partículas que se le pegaban mientras caminaba, desconcertada por algún lugar del pasado, incluso suponíamos que reingresaba a la cápsula con la mera intención de seguir el rastro de ella misma, que no reconocía; el aparato se activaba automáticamente con el animal en el cubículo, y la traía de vuelta.

El día programado para el salto al pasado, llegué una hora antes que todos. Me vestí lento pero sin pausa, todo era muy cómodo y liviano, guardé en un bolsillo del brazo, junto con los fósforos, una foto de Micol de cuando tenia seis años; tiene los ojos de la mama, pensé. Antes de entrar a la cápsula tomé un cuaderno de espiral y me anoté algunas instrucciones para la llegada en una hoja, la arranqué, me metí en la capsula, programé la fecha a veinte años,
y apreté el gran botón rojo.