lunes, 29 de agosto de 2011

La casa de la calle Tomkinson


Nilda mi señora ya es una mujer mayor, el año pasado habíamos estado muy mal económicamente y decidimos vender la casa para saldar unas deudas.
Para ella había sido devastador, todo el tiempo sentía que se moría, le dolía el pecho y lloraba, estaba muy deprimida.
Cada vez que venia alguien a ver la casa, limpiaba todo y me decía que le gustaba todo lustrado, como un mausoleo el primer día.
También se angustiaba mucho si algún interesado que traía la inmobiliaria le hacia notar una mancha de humedad o una canilla que goteaba, se sentía que había fallado como heredera.
Mil veces me había contado la historia de su papa que había quedado huérfano a los nueve años y que había vivido con sus hermanas, a las cuales les juraba amor eterno aun de grande, a mi ella me partía el alma.
Los de la inmobiliaria por error habían publicado el teléfono de la casa, y Nilda se la pasaba contestando preguntas que absorbía como puñalada una tras otra, pero insistía en contestar, el timbre del teléfono sonaba todo el tiempo.
Lloraba todas las noches.
Un día, me dijo que sentía que se había casado con un “poco hombre”. Después me pidió perdón, se puso a llorar y se durmió. Y yo me callaba.
Yo estaba dieciséis horas por día, arriba del taxi y me fumaba un atado de cuarentitres setenta por día, sentía que estaba agotado, que el final estaba cerca.
Al final la casa no la vendimos.
Máximo mi único hijo, que se había separado de mi nuera hacia poco, no había quedado bien, ahora estaba yendo a una iglesia evangélica, y en un arrebato de delirio místico se había jugado la casa en el casino de Mar del plata.
Y…había ganado. Cuando volvió en si y tomo real conciencia de lo que hubiera pasado si la perdía, se quedo en la cama un mes.
En el tiempo en que estuvo a la venta, en el barrio se decía que teníamos que vender por pobres, incluso el rumor había sido tan fuerte que habían intentado estafarnos unos inescrupulosos.
Fue un placer personal dejar deslizar la noticia, de que no vendíamos mientras jugaba alas cartas en el club.
Digamos que prendí la mecha, cuando mis tres compañeros de truco les contaran a sus mujeres la noticia, el resto se haría solo, incluso me sentí más popular, todos querían jugar conmigo para saber de donde había sacado la plata. Me transforme en un gran mentiroso, me sentía mas perspicaz, rejuvenecido, con una seguridad que nunca había sentido en mi vida, viril, un macho otra vez.
Eran días tan formidables… que a mis 60 años me hubiera agarrado a trompadas con el barba de pura euforia, la suerte de mi hijo me otorgaba la razón.
Pero este llamado once meses después, me dejo en terapia intensiva en cardio.
Ya hacia unos días que venia llamando este individuo, justo en horarios que yo no estaba, parecía que lo hacia apropósito, y cada vez que yo llegaba Nilda lloraba retorciendo un repasador y me lo contaba como quien cuenta una pesadilla.Hasta que lo atendí.

Para mejor comprensión de este texto se invita a escuchar la conversación telefónica.
http://www.youtube.com/watch?v=qnpz36AR30M

martes, 16 de agosto de 2011

Las tres flores de la costa

Tercera semana sin porro.
Lamento mucho que no me crezcan mas rápido las uñas.
Paseo a mi perro por el parque, aburrido, con una cara de orto importante.
Hoy parece ser que no tiene ganas de hacerme caso alguno. A veces paseamos erráticamente, otras el perro se dirige a un lugar especifico. Como lo sigo con la mirada todo el tiempo un día me encontré un reloj y otra vez cincuenta pesos.
Al pasar por detrás de un banco donde había tres morochonas charlando, sentí el tufillo conocido y muy querido olor a caño.
Dirigí al perro para pasar por delante, así cuando dijeran –Ay que lindo!!!-les manguearía una seca.
El se detuvo delante de las tres chicas y las miro con los ojos desorbitados, paro las orejas y levanto la patita de adelante.
Al verlas me di cuenta que las chicas eran travestis que charlando placidamente se pasaban un charuto de marihuana.
-Ay, que lindo!- dijeron en coro, con ese típico cacareo que utilizan los travestis para hablar (¿alguien les habrá dicho que es mas femenino?), también es casi un graznido.
Bue, tome coraje y seguí adelante con el plan, y entre un como se llaman y que se yo me sume a la ronda. Había algo de relajo que me dio valor. Incluso sus voces comenzaron a relajarse y perder su falsedad impostada.
Cada uno aportaba su experiencia, era como si esa mascara de reviente y barbas mal afeitadas tuviera un propósito, como una moda, un estilo, una tribu urbana con una elección sexual diferente, acá no había ni un resto de marginalidad.
Por momentos pensé que se trataba de tres chicos bien de Recoleta que como no sabían muy bien que hacer con sus vidas se habían puesto un tapado de piel de la abuela, un poco de rimel de la mucama y se habían mandado a la plaza.
Yeni era de Moreno, casi desfigurada por las cirugías plásticas, no se si mal hechas o con materiales baratos, pero la cuestión es que parecía que tenia puesta una mascara de lo tirante que tenia el rostro. Yo creo que si se le soltaban los puntos de la nuca, a duras penas la piel le cubriría la nariz.
- A mi había uno que me gritaba puto en el barrio, un día que lo vi venir en bicicleta me le pare de guantes al Chacón y le dije ”loco déjate de joder porque mira que yo soy puto de la cintura para abajo, de la cintura para arriba te voy a cagar a trompadas”. Lo termine arrebatando.
Secundina era santiagueño, con rasgos indígenas muy marcados, menudito, como sin desarrollar, andrógino, con pelo lacio negro azabache. Sus ojos eran achinados, pómulos muy marcados, trompudo de silicona, y también tenia prótesis en las nalgas.
Cada tanto cantaba una cancioncita a la que le había cambiado la letra, -y decía-“cuando volví de santiago… todo el camino petie”.
Era el más ordinario de los tres, complejo de inferioridad por negro, por puto, por indio, por drogadicto; también tenía un cuchillo en la cartera.
-Mi mama me vestía con ropa de mujer cuando yo era chica- me dijo de la nada, -yo no se si hubiera querido ser así.- me dijo mientras dirigía su mirada hacia abajo en una actuación exagerada, tratando de dar lastima.
-Éramos muy pobres, para los actos del colegio mi mama me hacia polleras de papel crepe, y después me las hacia usar unos días mas para estar de entrecasa, yo soñaba que se largaba a llover y que el papel se mojaba y se me iba cayendo de a pedazos y cuando quedaba totalmente desnudo la gente se daba cuenta que era un varón, “por la pinchila vistes”- mientras las otras dos como un coro de cuervos se burlaban.
Yo no entendía nada. Le pregunte por que la madre le había puesto ese nombre. Disfrutando su momento de atención, dejo un silencio para darse más importancia y me desarrollo brevemente su historia.
Antes de nacer había tenido un par de hermanos gemelos más grandes, un varón y una nena, la nena había muerto de mal de chagas
El/ella había nacido al poquito tiempo después y la madre le habría impuesto la personalidad de la muertita.
Malena estaba en corpiños (hacia frío) se reía a carcajadas de Secundina y la provocaba. “Mmm... al que nace maricon es justo que se lo garchen”.
Estaba muy dura, mientras hablaba gesticulaba y repetía un gesto metódicamente, como un perro que da vuelta antes de irse a dormir. Se acomodaba el flequillo, se tocaba la nariz y se miraba los dedos, y volvía a empezar se arreglaba el flequillo; la nariz, dedos. También se le hacia una pastita blanca en la comisura de la boca.
Mientras los otros hablaban Malena metía comentarios durísimos en un tono bajito pero audible, como si la otra persona no estuviera ahí para poder oirlos, como si se les escapara del cerebro a la boca directo. Después se reía a los gritos.
Pasaba de hablar de tu a vos, no termine de entender nunca si era paraguayo o estaba intentando imitar a Carmen Miranda, -“tu tenes que cuidar mucho a este ser”, dijo señalando con una garra pintada de rojo al perrito que se escondió atrás mío.
Cuando me toco hablar a mi, de corazón y sinceramente les expuse una duda que tenia, les comenté que tenia amigos que recurrían a travestis frecuentemente. Y que me tenía un tanto preocupado, no por su hobby sino por su indefinición sexual ante la vida.
Casados, con hijos, me preguntaba si serian felices, si no preferirían compartir sus vidas con gente de sus mismos sexos.
Malena se burlo a los gritos llevando la cabeza para atrás “pero que valor…, no señor, no es así la cosa, por que ellos vienen… te suben al auto….se la chupo, que pin que pan, me garpan, y se van. Lo que te hace puto es el vinculo, cuando vos te vinculas con la otra persona de tu mismo sexo, cuando la aceptas como lo que es, eso es ser gay (fonético)”.
Yo quede boquiabierto con el faso pegado al labio de abajo asombradísimo ante semejante reflexión.
Uno nunca sabe de qué cabeza puede salir una gran verdad.